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socorro!!

Una tribu de virus ha atacado mi ordenador. Stop. Llevo luchando contra ellos todo el fin de semana. Stop. Cuando consiga exterminarlos a todos (q lo conseguiré ¬¬') mi ordenador volverá a la normalidad. Stop. Gracias por vuestra paciencia. Stop. Lyzzie se pone el traje militar y desentierra el hacha de guerra, otra vez. Stop. Besos a todos. Stop. Y no dejeis salir a la calle a vuestras máquinas. Stop. Hay mucho gusano hambriendo de desesparación humana. Stop.

Escrito por Lyzzie el19 de Septiembre de 2004 | Huellas (32)

niebla

Una cortina de humo danza delante de mis ojos impidiéndome adivinar lo que hay a mi alrededor, pero no me importa. Noto cómo una extraña fuerza se apodera de mis manos y las difumina, soy consciente de que son casi imperceptibles, pero no quiero defenderme. La incertidumbre me acorrala y el terror empieza a latir en mis sienes pero no soy capaz de mover un solo músculo para intentar escapar, sólo consigo despojarme de lo que fui. Mientras mi cabeza da vueltas intentado averiguar qué está pasando, esa extraña fuerza se desliza por mis brazos y sube por mi cuello lamiendo cada rincón con indiferencia. La sensación es agradable, ya no me importa si soy prisionera del diablo, sólo sé que quiero dejarme llevar. Noto como mi cuerpo flota y mientras la extraña fuerza envuelve mis piernas lentamente, empiezo a ser transportada como una reina, puedo sentir la libertad golpeando mi rostro, como debió sentirla Pentesilea cabalgando sobre su corcel, puedo respirar la tranquilidad. De pronto, un grito logra abstraerme de mi letargia, la voz me resulta familiar y me sobresalto. Intento escapar, pero sólo consigo aferrarme a una maraña de sueños que se quebrantan a medida que avanzo. Así que ceso en mi intento y vuelvo a dejarme envolver por esa extraña sensación. Ahora soy consciente de que ya nunca podré salir de allí, ahora soy consciente de que le pertenezco.

Escrito por Lyzzie el16 de Septiembre de 2004 | Huellas (11)

sílbame ese cuento (IV)

A simple vista cualquier persona hubiera jurado que aquello no era más que un harapo envuelto en una gran bolsa de plástico llena de polvo por el paso del tiempo, pero eso no hubieran sido más que conjeturas. Quitó con cuidado la bolsa y dejó al descubierto el que había sido su uniforme de soldado durante la guerra. Lo cepilló despacio hasta acabar con la última mota de polvo que había osado ponerle las manos encima y se lo puso. Aunque siempre había sido bastante delgado, el uniforme ahora le quedaba un poco estrecho pero eso no le importó, cerró la puerta tras de sí dejando a sus espaldas la habitación y se dirigió al patio con una taza amarilla de tila como única compañía.
Todos le miraban de una forma extraña, pero nadie se atrevía a dirigirle una sola palabra. Siempre le habían tomado por un viejo loco, aquello no sería más que una de sus muchas impertinencias, seguramente, a muchos de ellos, les recordaría una etapa de sus vidas pero nadie se pronunció, le dejaron allí sólo, él nunca hubiera esperado más de aquella gente.
Faltaban tres minutos para que el reloj de pared que estaba colgado justo enfrente del armario marcara las ocho de la tarde, cuando apareció María acalorada y algo fatigada por la rapidez con la que se había dirigido a su cita.

Escrito por Lyzzie el13 de Septiembre de 2004 | Huellas (12)

Lizzie Borden (2/2)

El juicio fue el mayor acontecimiento de los medios de comunicación de la época. Se creó un enorme movimiento no sólo por los periódicos, sino también por las organizaciones religiosas, grupos femeninos, etc.
Ella era la única persona que había podido matar a sus padres. Tras salvarse de la pena de muerte, aprovechó los 250.000 dólares de la propiedad de su padre para comprar otra gran mansión en la que pasaría sus 34 años restantes. Además, Lizzie tenía dos motivos, por un lado el dinero del padre, un hombre de mal carácter, estricto y avaro (tan estricto y sumamente protector, que las puertas interiores de la casa siempre estaban cerradas con pestillo y el señor Borden tenía a Lizzie como una niña pequeña. A sus cuarenta años, le estaba prohibido salir de casa para hablar con extraños), y por otro el rechazo hacia su madrastra, que al parecer era una mujer hipocondríaca muy posesiva y que no había acabado de encajar en aquel hogar. Consideraba el amor de su padre hacia su madrastra como una amenaza directa para la futura herencia de la riqueza familiar en perjuicio de su hermana y ella misma. Al matar a su padre y a su madrastra, despejaba el camino de la herencia, que de este modo no tendrían que compartir con un elemento "extraño" de la familia. Si en verdad los asesinó, seguramente fue por conseguir lo que consideraba sus bienes y derechos. De todos modos no prestó testimonio ante el juez, quien tampoco aceptó el testimonio de un vendedor que afirmó el doble intento de Lizzie por comprarle ácido prúsico, pues la acusada alegó que lo utilizaba como antipolillas. La defensa se aferró a la ausencia de sangre en sus ropas, sin darse cuenta que la mujer pudo haber cambiado de ropas entre que los mató y "descubrió" los cadáveres. Tampoco tuvieron en cuenta el testimonio de la criada afirmando que el domingo posterior a los crímenes, Lizzie estuvo quemando un vestido nuevo que estaba manchado "con pintura", "para ordenar un poco el guardarropa", según ella misma. Tampoco era cierto que en el momento de los hechos, Lizzie estuviese en los establos, pues el calor que solía hacer allí dentro no se soportaba muchos minutos, ni tampoco había polvo de pisadas en los tablones. Y por último, los periódicos informaron, poco antes del juicio, que se había hallado otro cadáver en Falls River, muerto de manera idéntica a los otros dos... A pesar de todo eso, curiosamente la mujer fue absuelta. En Massachusetts todavía reinaban prejuicios contra la ejecución de mujeres, desde que se había ahorcado, años antes, a una joven que resultó estar embarazada de cinco meses. Cuando el portavoz del jurado pronunció el veredicto de "inocente", el público de la sala comenzó a aplaudir y a felicitar a la mujer, quién rompió a llorar pidiendo que se la llevara a casa...

Escrito por Lyzzie el10 de Septiembre de 2004 | Huellas (20)

Lizzie Borden (1/2)

Lizzie Borden y Emma eran dos hermanas residentes en Massachussets.Tras la muerte de la madre de ambas, el padre contrajo matrimonio con una mujer que no era del agrado de las hermanas, por lo que evitaban incluso sentarse a la mesa con ella; y cuanto más tiempo pasaba, más desprecio sentían hacia aquella mujer. El 4 de agosto de 1892, alrededor de las 11 de la mañana, los gritos de Lizzie irrumpieron en la tranquilidad de la casa, indicando a la sirvienta el cuerpo sin vida de su padre. El cuerpo yacía en el salón con once hachazos en el cráneo. Corrió a avisar a su madrastra, pero ésta se encontraba cerca de la cama, sin vida, con el cuerpo frío (señal de que había muerto antes que el padre) y 21 hachazos en el cráneo. En el sótano del piso la policía encontró un hacha y una azada, esta última cubierta por ceniza de carbón recién aplicada. Dos días después del asesinato se celebraron los funerales de las dos víctimas, quedando solamente sus cabezas en manos de los forenses para continuar la investigación. El doble asesinato conmocionó a la pequeña y próspera ciudad de Falls Rivers, Massachusetts, y en la prensa se publicó un anuncio ofreciendo 5.000 dólares a quien proporcionase información sobre el asesino. Las sospechas de la policía recaían gravemente sobre Lizzie, y fue detenida el 11 de agosto aunque ésta se declarase no culpable. El 25 de agosto, tras la audiencia preliminar, el juez la dejó en libertad sin fianza hasta su presentación al Gran Jurado en noviembre. Tras la detención, la prensa la pintó como una heroína y mártir. Todos creían en su inocencia. Un año después, en el juicio, el público la saludó y vitoreó. Se había convertido en un ídolo. De todos lados le llegaban felicitaciones, y era la estrella de las portadas de los periódicos. Hasta la Iglesia estaba a su favor. Todas las pruebas apuntaban hacia Lizzie, y 21 de los miembros del jurado votaron a favor de acusarla de asesina, pero el tribunal estuvo presionado por el pueblo, que la consideraba inocente.

PD: Yo me enamoré en un escaparate de esta pequeña muñequita tétrica. Poco tiempo después de que me la regalaran descubrí que se llamaba Lizzie (de ahí el nombre del blog). El otro día rebuscando en internet, me encontré con esta historia que desconocía totalmente...Lo más cruel es que la enfermera mala malosa q tuve en las prácticas pasadas se parece a la verdadera Lizzie O_O! Suerte q cambié la i por una y ¬¬...

Escrito por Lyzzie el 9 de Septiembre de 2004 | Huellas (25)

sílbame ese cuento (III)

Durante varios días la observó impasible y sin dirigirle una sola palabra, pero aún así, ella le regalaba una amplia sonrisa cada vez que paseaba sus gráciles movimientos por la pequeña habitación, hasta que un día, las palabras salieron disparadas casi sin darse cuenta.
- ¿Cómo te llamas pequeña?
Ella miró al anciano arrojando sobre él un gesto angelical. Sabía lo que de él se hablaba en la residencia y era consciente de que nadie le tenía aprecio. Todos le trataban como un apestado y aunque sabía que se lo había ganado a pulso, intuía que detrás de aquel aspecto sombrío, se escondía un hombre derrotado. Así que no vaciló en contestarle e intentar entablar una conversación.
- Me llamo María, señor Antonio.
- María, hermoso nombre. Verás, llevo varios días observándote, ven siéntate conmigo, quiero explicarte una larga historia.
- Me encantará escucharla, señor Antonio, pero ahora no puedo, tengo demasiado trabajo ¿le importaría que mañana al acabar mi turno venga a visitarle? Así podremos hablar tranquilamente.
Antonio asintió con la cabeza aprobando la propuesta de la joven y la dejó marchar para que prosiguiera con su trabajo.
Aquel día se hizo especialmente largo para Antonio. En el estómago no tenía más que una maraña de nervios que revoloteaban a su antojo y que le impedían llevarse cualquier tipo de alimento a la boca, incluso le obligaron a olvidar sentarse frente a la pared y recordar, como llevaba haciendo día tras día durante tantos años. Madrugó más de lo común y eso le permitió gozar de una ducha en solitario antes de que los demás ancianos invadieran el cuarto de baño. Retiró suavemente la cortina y sus pies se amoldaron a la cerámica mientras sus manos jugueteaban con el grifo para graduar el agua hasta encontrarla tibia. Se hizo con la alcachofa de la ducha, como cuando empuñaba una granada en medio de una batalla, cosa que le hizo revivir en su memoria algunos de los momentos más terribles de aquella época. La alcachofa de la ducha vomitaba una lluvia incesante que resbalaba por su cuerpo arrastrando hacia el desagüe el desasosiego, para dejarle impune de dolor. Cuando terminó la ducha, no pudo evitar cruzarse con dos ancianos de los que habitaban la residencia.
- Mire José, es el hombre malhumorado que siempre está encerrado entre sus cuatro paredes.
- Sí, se comenta por la residencia que desde que aquella jovencita empezó a trabajar no es el mismo, pero yo no me lo creo, las personas estúpidas siempre serán estúpidas.
Antonio advirtió cómo las miradas de aquellos dos hombres le atravesaban con una ironía manchada de sorpresa, pero no le importó, nada le importaba. En su cabeza solo existía el momento culminante en el que por fin podría confiar a alguien esa historia que le sabía a hiel y que bombeaba al ritmo de su corazón como si de ella dependiera su propia vida. Se fue a la habitación y empezó a revolver el armario desesperándose por no encontrar lo que buscaba.
- ¡Ajá! Así que estabas aquí escondido, pequeño truhán.
Sacó del armario la percha sonriendo orgulloso de haber dado al fin con el objeto de su búsqueda.

Escrito por Lyzzie el 6 de Septiembre de 2004 | Huellas (12)

Los muros de Troya

Dárdano, hijo de Zeus, cuando conquistó la península rectangular situada en la cima de Asia Menor, dividió este territorio en dos reinos. Dárdano rogó a su padre Zeus que construyera un muro alrededor de Troya, la capital de uno de los dos reinos, puesto que era el reino más rico de los dos y así quedaría protegido. Zeus decidió conceder ese deseo a su hijo y puesto que había en ese momento dos divinidades que habían caído en desgracia, Poseidón y Apolo les otorgó la tarea de elevar dicho muro. Pero el único que trabajaba era Poseidón, que se esforzaba en elevar el muro piedra a piedra mientras veía que Apolo tocaba el arpa estirado. Así, el trabajo duro y forzado lo hizo Poseidón, mientras que Apolo inventó el sistema para abrir las puestas de la gran muralla, que se abriría mediante unas ruedas forzadas por varias reses. Desde entonces, Poseidón puso precio a su trabajo y cada año se le debían ofrecer cien talentos de oro en su templo. Esta ofrenda se fue cumpliendo año tras año hasta que durante el reinado de Laomedonte (padre de Príamo), parte de la muralla se derrumbó y tuvo que ser restaurada. Laomedonte decidió que el trabajo del Dios no había sido perfecto por lo que no volvería a pagar nunca más los cien talentos de oro. Poseidón enfurecido envió a un monstruoso león de crin oscura y con un tridente negro tatuado en uno de sus muslos, símbolo de que la bestia actuaba en su nombre. Para saciar el hambre del león, el rey se vio obligado a ofrcerle seis mujeres vírgenes en vez de los cien talentos de oro, hasta que un día, su hija se encontró entre las elegidas. Aún así se negaba a entregar el dinero. Fue Heracles, un valeroso griego, el que logró acabar con la fiera y salvar a las muchachas, entre ellas la hija del rey. Pero así solo conseguirían acrecentar la furia de Poseidón...

Escrito por Lyzzie el 3 de Septiembre de 2004 | Huellas (12)

sílbame ese cuento (II)

Aquella tarde no era diferente a todas las demás, nada por lo que levantar la vista y sonreír, nada por lo que quitar el candado a la coraza de metal que había creado a su alrededor, nada por lo que batirse en duelo con la agonía. Al fondo del pasillo escuchó unos pasos acercarse hasta pararse ante la puerta de su pequeño mundo, vio como el pomo de la puerta se giraba lentamente y se preparó para desatar la furia sobre quien osara interrumpir sus pensamientos. Pero cuando se abrió la puerta, las palabras se le helaron en la garganta y un escalofrío sacudió su envejecido cuerpo, mientras su pulso se aceleraba y las lágrimas acudían a sus ojos con intención de traicionarle. No quería que nadie le viera en aquel estado, no quería que la debilidad que se apoderó de él en aquel momento fuera un desencadenante de las habladurías de aquellos que le rodeaban, de modo que hizo un esfuerzo por retener el dolor y se quedó inerte esperando a que aquella señorita le abandonara de nuevo a su suerte.
Las lágrimas no tardaron en abrirse camino sobre sus mejillas formando un riachuelo que arrastraba consigo los sentimientos reprimidos durante tanto tiempo. Un fuerte oleaje había arrastrado hasta su isla desierta aquel barco naufragado, cuyo mástil le golpeaba en el recuerdo con violencia, obligándole a mirar atrás hasta conducir sus pasos hacia aquel camino que se prometió no recorrer de nuevo. Aquellos ojos negros y grandes, aquel cabello castaño recogido en una cola de caballo con una cinta morada, aquel rostro tostado por el sol…una punzada le atravesó el pecho hasta hacerle sollozar, aquella muchachita era la viva imagen de su hija Laura, aquella hija a la que tanto había buscado a su regreso sin encontrar una sola pista sobre su paradero. El tiempo había hecho mella y había borrado sus huellas del polvoriento camino, ahora no sabía dónde encontrarla, e incluso empezaba a convencerse de que no había sido capaz de sobrevivir a la hambruna que azotó al país durante los años de la guerra.

Escrito por Lyzzie el 1 de Septiembre de 2004 | Huellas (11)