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Dos caminos

El reloj de pared marcaba las seis de la tarde. Al desperarse advirtió que le dolían todos los músculos del cuerpoy se lamentó de haber vuelto a quedarse dormido en aquel incómodo butacón de la sala de estar. Vencido por el alcohol y ahogado en los recuerdos, había dejado pasar las horas sin ser consciente de que el tiempo se le agotaba. Se sentía aún algo aturdido, por lo que trató de despejarse lavándose la cara con agua fresca. Era incapaz de recordar cómo había llagado hasta su pequeño apartamento, pero las palabras de Verónica se le habían quedado clavadas en la mente. Se marchaba. Se marchaba y él no había sabido reaccionar a tiempo. Se había limitado a reprenderla y a salir corriendo a remojar su disgusto en el alcohol, sin darse cuenta de que era la opción más adecuada de perderla para siempre. Le dolía la cabeza y en aquel momento sólo acertaba a maldecir su estupidez y abofetear con insultos su egoísmo.
En la estación, un silbato anunciaba la salida del tren. Verónica, cabizbaja, se refugió en un suspiro y dejó que las lágrimas empaparan su dolor. El reloj de la estación marcaba las seis y 3 minutos.

Escrito por Lyzzie el13 de Mayo de 2006 | Huellas (9)