Maldita la hora en la que se le ocurrió a mi hermana casarse. Y diréis...¡qué tía más borde! Pues no, señores...todo esto viene a que por el tema de la boda, mi casa está en obras. Y no están en la habitación o el comedor, no, no. ¡EL LAVABO!
Ayer aún me quedaba la pequeña esperanza de que, al volver del trabajo, la bañera siguiera en su sitio, pero por supuesto eso no podía ser así, ya que sería desafiar a las leyes de Murphy (y como bien sabéis yo suelo seguir bastante al pie de la letra estas leyes). Así que esta mañana no me ha quedado más remedio que lavarme a la antigua usanza. Sí, sí, con un barreño, como hacían en los pueblos antiguamente. Me he embadurnado tanto en crema y desodorante, que creo que si me buscan no me encuentran. Y lo peor de todo es que me voy a tener que sondar porque me meo (y perdón por la vulgaridad de la palabra, que las señoritas no dicen estas cosas).
Ayer, cuando yo pensaba que en el trabajo podría refugiarme del polvo, los golpes y demás pormenores (¬¬) de la obra, mi mundo acabó por derrumbarse. Obras en el trabajo para cambiar el suelo. Toooooooooodo lleno de polvo. Por si no fuera suficiente la calefacción de asar pollos a l'ast que tenemos ahí dentro.
¡SOCORROOOO!
Sí. Esa soy yo. La que tiene que pisar cada día las ruinas de su ciudad para ir a coger el metro. La que no salió volando por los aires porque el destino no quiso que la onda expansiva de la explosión fuera mayor.
Me impresiona ver mi barrio en los periódicos. Sé que antes han pasado estas cosas en muchos otros sitios, pero nunca lo había vivido tan de cerca. Sirenas de ambulancias que iban y venían, calles cortadas, mossos d'esquadra, guardia urbana, policía nacional...Y todo aquí mismo, tan sólo una calle más abajo. En esa calle por la que paso a diario para ir a trabajar.
Y volvemos al inicio de la cuestión. Gente que ha perdido todo lo que lleva forjado y trabajado durante toda la vida. Personas que han pagado con su vida o con heridas graves la insensatez de ciertos individuos...
¿De verdad es tan valiosa una línea de metro, como para que se pague con vidas humanas?...
Hacía tiempo que manejaba aquella escopeta con una destreza admirable. Desde que su padre murió, él se hizo cargo de la familia y de defender con uñas y dientes lo que le pertenecía. Con la cara siempre llena de barro y las ropas harapientas, se paseaba por la pequeña aldea en busca de algo que echarse a la boca. A veces pasaba días enteros con el estómago vacío, sin poder siquiera llevar a los suyos algo de alimento. Sufría en silencio, aunque su cara desencajada era muestra del dolor y la desesperación que corrían por sus venas.
Cuando apareció aquel hombre, volvieron todas las esperanzas. Le vendió una vida mejor que nunca llegaría. Se cargó a la espalda su escopeta y salió de su barraca sin mirar atrás, pensando que volvería con las manos llenas de nuevas ilusiones.
Cada día salía a enfrentarse enmedio de alguna batalla, corría de trinchera en trinchera luchando por sobrevivir. El aire que respiraba estaba cargado de odio y el polvo del camino, repleto de cadáveres, mostraba la masacre que a diario latía en la región. Una bala le atravesó el muslo derecho, produciéndole una hemorragia que le llevaría a la muerte. En un último suspiro, sus esperanzas se esfumaron en la nada. El día de su muerte, contaban tan sólo nueve años.