No hay nada más triste que llegar a la cafetería y descubrir que tu compañera de prácticas se ha olvidado el monedero, y que tú tan sólo llevas un billete de cinco euros pegado con celo. El calor nos estaba abrasando, yo empezaba ya a deshidratarme y me parecía más a una ciruela pasa que a una persona humana. Decidimos empezar la operación "colar el billete pegado con celo en la máquina" tras comprobar que no teníamos otra salida. Primer intento...mi mano coloca el billete en la máquina pero ésta lo escupe con asco...Segundo intento...le doy la vuelta al billete y lo vuelvo a colocar en la máquina, que lo vuelve a escupir sin compasión ¿será que el celo no le gusta?Quizá demasiado amargo...Tercer intento...mi compañera coloca el billete en la máquina...esta vez parece que se lo traga, pero en vez de eso empieza a moverlo desenfrenadamente hacia adentro y hacia afuera en señal de burla. Cuatro manos intentan rescatarlo (era lo único que teníamos para comprar ¬¬) hasta que conseguimos liberarlo de las fauces de aquella bestia. Tranquilidad, sólo debe haber unos cincuenta pares de ojos que nos miran y se avergüenzan del ridículo que estamos haciendo. Malditas máquinas, ¿quién las habrá inventado tan refinadas? Total, si sólo era un trozo de celo diminuto!! Pero de nuevo encontramos otra solución. Nos dirigimos a la "simpática" señora que se encarga de cobrar en la barra con el fin de comprar allí. El cuerpo del delito escondiendo su extremidad mutilada para no ser descubierto, viajaba en la mano de mi compañera...
-Dos botellas de agua grandes por favor...
-Son x euros (pq no me acuerdo de cuánto era ¬¬)
Entregamos el bonito billete, que seguía escondiendo su extremidad amputada, la caja registradora se lo tragó sin rechistar...Por fin teníamos agua!
Ahora que el calor nos acaricia el rostro de nuevo, vuelvo la vista atrás y empiezo a recordar mi dulce infancia. Seguramente, que de niños, todos hemos inventado nuevas formas de diversión, e incluso en algunos casos nuevos amigos imaginarios, pero ahora que doy un repaso a las mías creo que hay alguna que se sale de la normalidad. Cuando el buen tiempo empezaba a pasearse, cogía mi bolsa llenita de juguetes y me trasladaba del salón de casa al pequeño balcón. Los juguetes se quedaban todos ellos desparramados en el suelo, me llamaban a gritos pero yo no les hacía caso, tenía una forma más recomfortante de diversión, los coches que pasaban por la calle. Imaginaba que los autobuses rojos eran lagartos, los autobuses amarillos de Tugsal lagartijas; y los camiones y furgonetas los hijos lagartitos. Los coches eran las víctimas (no me preguntéis de qué tipo porque aún estoy buscándole la lógica) y debían escapar de las fauces de sus enemigos, la familia de los lagartos, de modo que todo aquel coche que se parara delante de cualquiera de los sujetos mencionados anteriormente, sería devorado. Un extraño juego, pero por muy absurdo que ahora me parezca, reconozco que en aquel momento yo me lo pasaba pipa.
Allí estaba ella, con sus grandes ojos verdes mirando al infinito, en su burbuja de cristal. Sólo a través de las frías paredes podía observar el mundo que la rodeaba, ajena a las conversaciones de la gente, ajena a los sentimientos, ajena al mundo real. No conocía la amistad, no sabía lo que era el amor, tan sólo era capaz de bailar con la soledad que la aturdía casi sin darle tregua. Su corazón permanecía cerrado a la esperanza, sólo los latidos rompían el silencio. Así ya nadie podría hacerle daño, las zarpas y el veneno quedaban al otro lado de la burbuja, lejos. En su interior sólo un pensamiento, algún día romper la coraza y beber la esencia de la vida.
Cuenta la leyenda que una pequeña aldea vivía subyugada a la ferocidad de un temible dragón. Su tamaño era tan descomunal que tenía atemorizados a todos los aldeanos, y tantas veces como intentaron capturarlo se vieron obligados a huir despavoridos. El monstruo despedía un hedor, que llegaba hasta los muros de la ciudad, que infestaba a todos aquellos que osaban acercarse a las orillas del lago donde vivía. Para evitar que el dragón se acercara a la ciudad y con ello la muerte de varias personas y el pánico que provocaba, los aldeanos lo alimentaban cada día con dos corderos. Al cabo de un tiempo, los ganaderos se quedaron sin existencias que ofrecer al dragón, por lo que celebraron una reunión donde decidieron ofrecerle cada día un cordero y una persona, que sería elegida diariamente mediante un sorteo del que nadie quedaría excluído. Fue la mala suerte la que decidió que un día la elegida fuera la bella y única hija del rey. El rey, afligido, trató de ofrecer todas sus riquezas al pueblo para conseguir salvar a su hija pero a nadie logró convencer. La princesa salió de la ciudad ataviada con sus mejores galas y sin esperanza de volver a ver a su padre; y comenzó su camino hacia el lago. En su viaje se encontró con un apuesto caballero que se ofreció a ayudarla tras escuchar su desdicha. El dragón enfurecido salió a su encuentro para embestirle pero éste, de un solo golpe de espada, le desgarró la vida y le sacó el corazón. De la sangre del dragón brotó un hermoso rosal. Desde ese día, es común regalar cada 23 de abril una rosa en señal de amor y amistad y un libro en honor a la leyenda.
Tengo un bonito uniforme de prácticas, comodísimo él con esos pantalones de bajo estrecho y que me llegan casi por las axilas, con su camisa a juego de cuello estrangulador y manga corta, que en invierno te invita a la congelación y en verano a tirarte de los pelos. La camisa está adornada con dos bolsillos que siempre están repletos de guantes, gasas, tijeras... y ratas porque en el hospital no las hay, que sino seguro que también las llevaría, pero el dato importante no son dichos bolsillos, sino esas tres flamantes letras que relucen en el lado izquierdo cuales estrellas en el firmamento: EUI. Ya desde las primeras prácticas suscitaron comentarios y conversaciones.
-¿Te llamas EUI?
-(¿quién puede llamarse EUI?)No
-Y entonces qué significa EUI?, porque tus compañeros también lo llevan
-(Si ellos también lo llevan pq me preguntas si me llamo así?? Cómo si no fuera lo suficientemente extraño como para que encima los tres nos llamemos igual)Escuela Universitaria de Enfermería.
-Ah! Pues sí, tiene sentido, por un momento pensé que eran las siglas del hospital.
-(Las siglas del hospital?? A ver...Hospital del Espíritu Santo...Espital del Uspíritu Ianto...no me cuadra)Pues no.
Lo curioso es que la situación se ha vuelto a producir de nuevo, como si esas letras tuvieran algo especial que obligara a la gente a leerlas y maquinar extraños significados. ¿Será que es un mensaje satánico implícito y yo no me he dado cuenta?
Para ti que sabes dibujar una sonrisa en mis labios cuando la tristeza me acompaña, para ti que sabes escucharme en silencio, para ti que has hecho que mis sueños hoy sean un poco más reales...Para ti que sólo con mirarme sabes comprenderme, para ti que me has mostrado la magia de la existencia, para ti que sabes cuáles son mis ilusiones sin necesidad de preguntar...Para ti estas palabras, para ti mi corazón, para ti, mi vida.
En mis infantes añitos, la leche no era uno de mis menús favoritos para empezar la mañana con energía. Bastaba con ver la figura de mi madre cargando un vaso repleto del fluído mágico para que mis dotes para escaquearme afloraran, y se pusieran en acción. Eran muchas las excusas que me inventaba para eludir el primer vaso de leche del día, aunque para tomar el de por la tarde la situación no era muy distinta. Tardaba más de lo normal en ponerme los calcetines o incluso me los ponía del revés para perder tiempo, me quedaba embobada delante de la tele esperando que llegara la hora de partir hacia el colegio...Mi madre trataba de encontrar alternativas para conseguir el gran milagro de que la niña se tomara la leche, pero nada de lo que inventaba daba resultado, nada hasta que nació la historia del Perro Comeniños.
Una de tantas mañanas en que la lucha se estaba convirtiendo en un infierno, se escuchó el ladrido de un perro en la calle y mi madre se inventó una historia que a mí me resultó terrorífica: enfrente de mi casa vivía un perro que se comía a todos aquellos niños que no querían tomarse la leche. Yo empecé a imaginar al perro, aún sin tener referencias de como era. En mi mundo, el perro tenía un tamaño enorme, una cabeza descomunal, ojos negros y penetrantes, colmillos largos y afilados saliendo de su boca envuelta en babas, terrible para la inocencia de un niño. Desde aquel día, era nombrarme al perro comeniños y hasta me atragantaba bebiéndome la leche. Pero la historia no terminaba ahí, todo chucho viviente que paseaba feliz podría ser el susodicho en cuestión, por lo que desarrollé un miedo atroz a los pobres animalitos. Hoy en día mi miedo a estos mamíferos de cuatro patas ha desaparecido, incluso convivo con dos de ellos. Es increíble el cocktel explosivo que se puede crear cuando se mezclan las historias de los adultos y la imaginación imparable de los niños.
Rojas lenguas de fuego se alzaban a mi alrededor, el calor me invadía y me nublaba el pensamiento, me impedía asegurarme de que era yo, de que era real. A través de las llamas sólo podía ver silencio, desesperanza, agonía, nada que fuera capaz de recomfortarme, nada que pudiera despertarme de aquel sueño, quizás porque no lo era.
Recuerdo mis pies descalzos sobre ardientes rocas, exhaustos, silenciosos; recuerdo mis labios sedientos de libertad, abrasados ahora por la ignorancia.
Quise ver cómo tus manos se extendían hacia mí, quise imaginar que las cogía, que me salvaban de las tinieblas; pero a través de ellas, lo único que vi fueron recuerdos, suspiros de esperanza. Sentí como mi voz se alejaba, mis gritos no eran más que el eco de una mentira, mis sentidos se escapaban y no me importaba, de mí, ya sólo quedaban cenizas.
El aburrimiento que reinaba el viernes por la noche en Santa Coloma quedaba patente con el simple hecho de salir a la calle. Después de salir en busca de un bar en el que tomarnos nuestra dosis de Red Bull semanal, decidimos volver a casa con las orejas agachadas por el fracaso, y sentarnos frente a la tele. La desesperación ante una programación horrenda, nos llevó hacia el canal 33, donde pasaban un documental sobre la vida de las arañas. Nunca he profesado un amor especial por estos bichos, más bien era de las que iban de camping y antes de entrar al lavabo miraban al techo para comprobar que no había ningún minivisitante pegado en las alturas, de esas a las que le impresiona lo maravilloso de estos animalitos pero que los prefiere dentro de la caja tonta o a una distancia continental. Pero tengo que reconocer que las arañas me envolvieron con su seda pegajosa y ya no pude despegar los ojos de la tele. Había arañas de formas, colores y especies para todos los gustos. Desde aquellas que imitaban a las hormigas para cazarlas, a las que se camuflaban como los camaleones, pero sin duda alguna las que más me impactaron fueron la araña saltarina, la araña con ojos de linterna y la araña cazamariposas. Las arañas son todo un mundo por descubrir y a partir de ahora, a mi lista de documentales de Egipto, añadiré los de animalitos insospechados.
Me encontraba yo en mi humilde habitáculo realizando una pesadilla de trabajo para las prácticas cuando todo comenzó. Una patrulla de policía local se acercaba con sus motos y sus coches rápidamente y cordones en mano procedían a espantar a la gente del lugar para acordonar la zona. Mi madre corría por el pasillo neurótica gritando que me vistiera, que seguramente deberíamos abandonar el edificio y yo, pelos al viento y en pijama me enfundé el mismo chandal que había llevado el día anterior. Mi padre venía exaltado, casi sin aliento cargando una caja de leche del Dia%, corriendo, con las primeras noticias de la mañana. Un maletín de aspecto sospechoso yacía dentro de un contenedor abandonado a su suerte, quizás repleto de explosivos, quizás repleto de la fatídica broma de algún gracioso. La cosa debió ponerse peor porque los policías, entonces acompañados ya de los mossos d'esquadra, gritaban por toda la calle que todo el mundo echara la persiana y dejara las ventanas abiertas, ya nadie podía entrar ni salir, las tiendas cerradas...y mi casa enmedio de la zona acordonada...Las cosas no eran mucho más normales de puertas para adentro, mi abuela histérica llorando y temblando de miedo, mi madre quitando el polvo como una posesa para pasar el rato y no pensar, mi padre mirando por la ventana y recibiendo algún que otro "señor métase para adentro y eche las persianas", y yo enseñándole a mi abuela fotos de gatos y flores (¬¬') para que se olvidara por un rato del asunto. Ya había pasado bastante tiempo cuando ampliaron la zona restringida, y ahí seguíamos nosotros, encerrados en casa como reos y sin poder hacer otra cosa que esperar. Después de cuatro horas sin poder salir a la calle y sin que nadie tuviera acceso a los edificios de la zona, la policía sacó de una de las porterías a tres moros en volandas y desacordonaron la calle, no había bomba, pero el sofocón no había sido pequeño. La gente vuelve a circular con normalidad otra vez por la calle y esta tarde, en el barrio, no se habla de otra cosa.
Me evoca, se aferra a mi garganta desgarrándome el alma con sus largas uñas, trepa por mis sentidos y se esfuma entre los dientes amparándose en el silencio. Quiere salir, volar, destruir las barreras, amarrar la indiferencia, hurgar en las emociones, quiere estallar y me atormenta. Me hipnotiza, sus hilos son mi poder, mi pesar su maestría, sus manos son valientes, mi cuerpo solo un niño angustiado por el miedo y el dolor. Mi destino arrodillado ante su yugo sólo espera las órdenes que le saquen de las llamas. Eso, mi mente, sólo quiere destruirme.